Beatriz Rizk es la directora de la unidad educacional del Festival Internacional del Teatro Hispano de Miami y es miembro de la NALAC (National Association of Latino Arts and Culture). Es profesora en la universidad Atlántica de Florida en Boca Raton.
En el texto “Posmodernismo y teatro en América latina: teorías y prácticas en el umbral del siglo XXI” se afirma que el desgaste de la teoría, del texto verbal y de las meta-narrativas, han tenido un profundo efecto en el desarrollo de la dramaturgia latinoamericana actual. Con esto en mente, se sustenta que, (i) hoy en día, las obras que se representan en los teatros son desprovistas casi de diálogos; que, (ii) en el posmodernismo, se ha adoptado la idea del “todo vale” la cual abre la puertas a diversos tipos de representación; y, (iii) que es necesario distinguir entre un posmodernismo de izquierda, de derecha, y un tercero de visión más cosmopolita.
La intención de la autora con este texto es criticar los cambios contextuales que han llevado a una pérdida de la teoría teatral. Y, sin embargo, no es una crítica directa pues intenta ocultar su verdadera opinión en las citas que realiza a lo largo del texto. Por ello, por un lado la autora argumenta los contras de la pérdida teórica, y por otro lado defiende la idea de que dicha pérdida ha creado nuevas funciones para el teatro.
En el contexto actual que se caracteriza por ser global y cambiante, las obras de teatro se han modificado y se presentan, en ocasiones, casi desprovistas de diálogo.
Inicialmente, las obras de teatro tenían un rico contenido ideológico, desarrollado a partir de diálogos frondosos que explicaban minuciosamente al espectador la situación de denuncia. Sin embargo, actualmente, las obras teatrales se basan en una fragmentación del discurso en la que se parodia, se cita, pero en la que, gradualmente, se ha perdido el diálogo. Incluso, los escasos diálogos que se desarrollan, afirma Rizk, no se escuchan a propósito sino que nos llegan como frases pronunciadas por descuido.
Esta nueva configuración del teatro, supone la utilización de unos nuevos medios de comunicación como lo es la gestualidad, la coreografía y la música. En este sentido, parece como si, en ciertas obras, el silencio tuviera un significado mayor que el de la palabra. Pero la pregunta que surge es ¿Por qué se aceptan estas representaciones tan empíricas? El hecho es que en una sociedad marcada por la violencia, los habitantes se han vuelto conformistas e indolentes.
Podemos notar, perfectamente, cómo el entorno cambiante en el que se desarrolla un teatro lo afecta de sobremanera. Y es preocupante cómo dicho contexto ha convertido a la sociedad en conformista, como si no pudiéramos aspirar a un contenido teatral que vaya más allá de la simple gestualidad, porque sencillamente no seremos capaces de entenderlo. Lo anterior expresa la necesidad de transformar la sociedad, pues no es posible hacer uso de los teatros como medios de expresión y de denuncia cuando las palabras ya no están presentes. La transmisión de un mensaje de forma clara no encuentra otro medio que a través de la palabra. La necesidad de ésta se ve claramente reflejada en la frase de Enrique Buenaventura: “¿para qué prescindir de la palabra si es por medio de ésta que el teatro logra su universalidad hundiendo sus raíces en un contexto?”.
En el posmodernismo se ha adoptado la máxima del “todo vale” y esto se ve reflejado, principalmente, en las artes escénicas desarrolladas a finales del siglo XX y que se mantienen durante lo corrido del siglo XXI.
“Todo vale”, todo es posible, podemos encontrarnos con formas teatrales basadas en la mímica; en la música; en la invasión triunfante de la palabra como en el llamado “teatro de narración oral” del que “el hilo de Ariadna” de Enrique Vargas, es un gran ejemplo. El hecho es que, en América latina, el uso y el desuso de un texto propiamente escrito, en la escenificación, es la característica de la época. Ahora, estamos regresando a esa relación inseparable entre la imaginación y el sentido común, cualidades necesarias para que el espectador pueda apropiar y entender el mensaje de las obras representadas. Son estas dos condiciones las que rigen el proceso del acto creativo y por tal razón “cualquier intento metafísico de interpretar un texto se tendría que convertir en una lectura anti-metafísica del mismo porque, además, todo lo que es literal, o representado literalmente, es siempre y en todos los casos figurativo” (Jacques Dérrida).
Volvemos a la primera idea, el hecho de que la sociedad acepte cualquier cosa que se le presente frente a ella, decorada, provista o desprovista de palabras, nos vuelve conformistas. El “todo vale” posmoderno no debería ser aplicable al campo de las artes, por constituir éstos medios de análisis de la realidad en la que vivimos. Se debe mantener una responsabilidad a la hora de expresar opiniones o sentimientos que afecten a un grupo de la comunidad y, ciertamente, no cualquier manera de hacerlo va a ser apropiada para lograr el objetivo de crear consciencia. Por esto las artes y, en especial, la escénica deben tener cierto grado de objetividad y especialización, que sólo es posible alcanzar con el conocimiento de la teoría y su debida aplicación.
No podemos hablar únicamente de un posmodernismo. En realidad, se distinguen dos clases: de izquierda y de derecha. Incluso, se llega a configurar un tercer tipo de posmodernismo dirigido al proceso de globalización.
El posmodernismo de izquierda se ocupa por elaborar un discurso que denuncia la marginalidad, teniendo en cuenta una posible reivindicación política y social de todos los sectores desposeídos de la sociedad. Dicha ideología aplicada al campo teatral, se encuentra representada en la carnavalización de las estructuras lingüísticas y físicas que se utilizan, como por ejemplo: la parodia, el travestismo, la des-autorización y la irreverencia.
El posmodernismo de derecha se caracteriza por aprovechar las diferencias sociales, exaltando el individualismo cultural, con el fin de construir una hegemonía neoliberal basada en la libertad del mercado. Lo anterior aplicado al ejercicio teatral se ve reflejado en los teatros de tipo burgués, producidos en una estructura económica estable y en el que el público no repara en gastos para consumir una ideología.
El tercer posmodernismo se construye con una visión que supera la frontera de lo local y que es impulsado por la masificación de los medios de comunicación y por las llamadas TICS. De esta manera, logra insertarse en un discurso de carácter universal que, poco a poco, pierde interés en las cuestiones sociales existentes en su entorno local.
Claramente, los posmodernismos de izquierda y de derecha han perdido importancia a medida que el tercer posmodernismo se apodera del entorno en el que se desarrollan las diversas formas teatrales. El problema de la emergencia del tercer posmodernismo radica en que, con él, los teatros perderán su definición original como medios de denuncia y de expresión de las problemáticas sociales y ambientales de una comunidad. Esto significa, que la sociedad perderá su voz y que dejarán de existir los teatros de masas.
En resumen, la pérdida de la definición teórica y de la palabra, ha modificado considerablemente a los teatros que, actualmente, se desarrollan en un posmodernismo caracterizado por los medios de comunicación masivos. La máxima del “todo vale” del entorno inmediato, actúa como una idea denigrante de la capacidad de los espectadores para entender los mensajes del ejercicio teatral.
Gracias a las citas textuales que realiza y a la ejemplificación, el estudio de Beatriz Rizk, tiene bases argumentativas fuertes pues se sitúan en la realidad latinoamericana. Rizk logra expresar su negatividad hacia las nuevas prácticas teatrales y, en esta medida, cumple con su intención y propósito.
La efectividad del ejercicio teatral para transmitir mensajes o ideologías no puede medirse únicamente a través del grado de recepción del público consumista, porque este último no analiza las situaciones representadas y tampoco las apropia a su vida personal o colectiva. El ejercicio teatral debe empezar por tener cuidado al escoger los textos que se van a escenificar ya que, hoy en día, los escritores tratan cualquier tema de manera irresponsable, guiados por la idea de que todo se vale y de que cualquier tipo de expresión encuentra sus respectivos espectadores. El teatro debe ser un medio de denuncia convincente pero, a la vez, prudente. Y, aunque debe tener en cuenta el entorno en el que se presenta, el teatro no debería regirse por un principio lucrativo sino por uno educativo, que busque instruir a la sociedad al tiempo que gana popularidad. Sólo con un proceso definido de creación y adaptación, que mida cada paso sin olvidar un elemento humano que es inmedible, es posible que los teatros puedan mantenerse y ser exitosos.
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